¿Cómo se clasifican las galaxias?

Todas las galaxias son una colección única de estrellas, planetas, polvo, agujeros negros, materia interestelar y materia oscura unidos por la gravedad.  Algunas viven aisladas gran parte de su vida y otras viven en grandes cúmulos de galaxias. Existen desde galaxias enanas con solo algunas miles de estrellas (10^3), hasta enormes monstruosidades con más de cien billones de estrellas (10^14).

La forma más fácil de clasificarlas es por su forma. Básicamente existen 3 tipos: elípticas, espirales e irregulares. En 1926 Edwin Hubble hizo su primera clasificación en lo que hoy conocemos como la secuencia de Hubble.

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La E corresponde a galaxias Elípticas, la S a Espirales y SB a espirales con barra. Las Irregulares son aquellas que no entran en ninguna categoría y se les llama Irr

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Glorias

Si algún día están paseando por las montañas, y ven un halo parecido a un arcoíris rodeando su sombra, ¡felicidades!, están viendo uno de los fenómenos ópticos más espectaculares que existen, las Glorias.

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No es difícil entender porque se llaman glorias.

Las glorias se observan comúnmente desde lugares altos, como montañas, grandes edificios o aviones. El principal requisito para observarlas es tener una nuble o neblina  por debajo de nosotros, donde podamos observar nuestras sombras.  El tamaño de la gloria depende única y exclusivamente del tamaño de las gotitas que componen a la nube. Entre más pequeñas son las gotitas, más grande es el halo. Las glorias más grandes tienen un tamaño angular de 20°.

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La guerra verde y los bombarderos de semillas

ImagenDos de los principales problemas actuales en México y en gran parte del mundo son, por una lado, la escasez de recursos alimenticios y, por el otro, la constante urbanización que está devorando a un ritmo alarmante las escasas áreas naturales que aun se conservan. Ambas cuestiones están relacionadas estrechamente entre si: la disminución de las zonas verdes y de cultivos a manos de la creciente mancha urbana disminuye las dimensiones de las cosechas y hace que muchos agricultores abandonen el campo en busca de trabajo y una vida citadina.

En esta guerra constante entre la naturaleza y el progreso, varios hombres y mujeres han formado guerrillas verdes en contra del crecimiento desmedido de la ciudades, atacando clandestinamente y usando como arma principal un tipo de bomba no letal, pero bastante efectiva: las bombas de semillas.

Las bombas consisten en semillas envueltas en una pelota de arcilla y composta, no mayores que una bola de billar o de tenis. El objetivo es que sean pequeñas, económicas, prácticas y fáciles de cargar y lanzar. Una vez que tienen su armas preparadas, los jardineros guerrilleros simplemente se dedican a arrojarlas por toda la ciudad, con la esperanza de que alguna caiga en un lugar apropiado para que detonen, germinando en varios puntos al azar y así se formen manchones verdes dentro del territorio enemigo.

La arcilla y la composta de que están formadas evitan la deshidratación por una posible exposición prolongada al sol y proporcionan la protección necesaria frente a organismos como aves e insectos. Al mismo tiempo son el sustrato necesario para que se produzca la germinación. Mientras el ambiente esté seco, la arcilla se mantendrá dura; pero cuando comiencen las lluvias, la arcilla empezará a retener agua y, con ayuda del humus que le proporcionará nutrientes, las semillas pueden iniciar su desarrollo.

El poder de los bombarderos de semillas radica en el número. Mientras haya cada vez más personas arrojando docenas de bombas en distintas áreas, aumenta la probabilidad de que alguna germine. Las bombas deben tener consistencia dura antes de ser arrojadas al sustrato, y forma redonda para que puedan absorber este lloviendo agua en cualquier posición en la que caigan.

Las bombas de semillas fueron ideadas a inicios del siglo XX por el agricultor y maestro japonés Masanobu Fukuoka. Fukuoka observó el comportamiento ambiental y natural de semillas envueltas en bolas de arcilla, que fueron utilizadas para el cultivo del trébol blanco (Trifolium repens). y descubrió que las bombas de semillas (Tsuchi Dango como las llamaba) evitaban el trabajo de arar la tierra y usar espantapájaros. El bombardeo de semillas, según Fukuoka, es más eficiente que los métodos tradicionales de reforestación ya que presenta aproximadamente un 2% de éxitos de germinación frente al 0,2% de otros sistemas. Este porcentaje puede aumentarse si se emplean semillas resistentes y capaces de germinar en condiciones adversas.

Esta actividad puede ser difundida a través de pequeños talleres con personas pertenecientes a las localidades donde se piensan lanzar éstas bombas de semillas, para así poder despertar el interés de las personas. Se convierten así en “articultores urbanos” que no sólo mejorarán el aspecto de espacios públicos abandonados (como plazas, terrenos baldíos, canteras, etc.) sino que también pueden llegar a abastecerse de los productos de estas semillas, ya sean flores e incluso algunos frutos.

Siendo esta una actividad de reciente aparición, tiene mucho potencial, por lo que se debe poner especial atención a su correcto empleo. Por lo cual, llevarlo a cabo, debe conocerse a detalle el funcionamiento de la bomba, así como el tipo de semillas que se usarán dependiendo la región, ya que lo mejor es usar plantas autóctonas para no afectar la diversidad propia del lugar.

Esta guerrilla ecológica, no solo tiene como finalidad hacer crecer plantas, sino que esto contribuye a tener mejores espacios para la sociedad, las áreas verdes resultantes pueden brindar lugares de relajación, de convivencia, además de que contribuye al medio y a la recuperación de este.

 

Agradecimientos especiales a Estephanny Lima Méndez y Karina Segundo Martínez por toda la información proporcionada para la creación de esta entrada.

El que tenga más cromosomas gana

Inclínense ante el organismo geneticamente más complejo de la Tierra.

Durante muchos años, en una gran parte del mundo, predominó la idea de que el ser humano era resultado de la creación de Dios; su obra maestra. El hombre había nacido para señorear sobre este mundo y todas las plantas y animales que en el habitan, las cuales a su vez habían surgido para estar al servicio del hombre. Desde la antigua Grecia, cada vez que se intentaba dar un orden al mundo natural, se hacía una clasificación en linea recta: los humanos en la cima, organismos similares por debajo de él, y plantas e invertebrados en el fondo de la escala. Está idea estaban tan arraigada en el conocimiento general de la gente del mundo occidental, que la sola idea de comparar a un hombre (caucásico) con un animal, era de mal gusto. Esta creencia se llevo al extremo de considerar fuera de la clasificación de ‘seres humanos’ a personas de raza negra, asiáticos, aborígenes de América y Oceanía, e incluso a las propias mujeres europeas.

El avance del pensamiento científico y la gran cantidad de descubrimientos hechos desde entonces han echado por tierra esta idea. En la clasificación de los seres vivos que propuso Linnaeus, se incluyó a seres humanos y simios en un mismo grupo: los primates (traducido como ‘primeros’). En este grupo entraron todos los animales con suficientes características antropomórficas (similares a las del ser humano) como para organizarlos en el mismo clado en el que estaba el hombre. Este fue el primer paso hacia la ‘desantropocentralización’ del mundo. Pero aunque ya se consideraba formalmente al hombre dentro del grupo de los animales, seguía estando por encima de todos ellos. Aun era el pináculo de la creación.

El golpe definitivo a esta idea lo dio la teoría de la evolución. El hombre ahora era solo el final de uno de los muchos hilos evolutivos que siguen todos los grupos de seres vivos y que dan como resultado (momentáneo) toda la variedad de organismos que existe hoy en día.

Pero aunque ya no es tan popular ni tan generalmente aceptada como antes, la idea de que el ser humano es el ‘animal supremo’ o la gran obra de la creación, sigue estando bastante difundida por todo el mundo y, tristemente, muchas veces conservando sus tintes racistas primigenios. A pesar de admitir la veracidad de la ciencia como disciplina corroborable y universalmente aceptada, muchas personas siguen creyendo firmemente en la superioridad humana; aunque también se trata a veces de gente que reniega de la labor científica en general y prefiere siempre un curandero antes que un médico. Para los que se encuentran en el primer caso, tenemos un método que podría ayudar a convencerlos. Y tiene que ver con los cromosomas.

Como casi todos sabemos, el ADN es el mapa que contiene las instrucciones para cada ser vivo del planeta. Y en todos los seres vivos (excepto las bacterias), el ADN está agrupado en paquetes de información genética llamados cromosomas. Cada especie tiene un número determinado de cromosomas, y cada individuo tiene los mismos cromosomas equivalentes con la misma cantidad de información. Las bacterias, por otro lado, son seres tan primitivos y sencillos que el acomodo de su información genética en paquetes cromosómicos sería más un problema que una ventaja. Su material genético simplemente flota a lo largo y ancho de la única célula que los conforma como organismos individuales, lista para dividirse o hacer tantas copias desee.

De ahí en fuera, cualquier organismo más complejo que una bacteria tiene, al menos, un cromosoma. Y tal pareciera que mientras más sencillo es un organismo, menos cromosomas presenta (y viceversa). Esto parece tener cierta lógica: se requiere de una cantidad mayor de información para crear un organismo complejo que para uno simple. Y los datos parecieran respaldar esta idea. Los insectos, por ejemplo, tienen una cantidad relativamente pequeña de cromosomas: los mosquitos tienen 6, las moscas de la fruta tienen 8 y las abejas 16. Incluso hay hormigas guerreras de ciertas especies que tienen un solo cromosoma. En cuanto a nuestros alimentos, la cebada tiene 14, la alfalfa 16, la calabaza y la col 18, el arroz 24, y el frijol 22. Nosotros, como el ‘máximo milagro de la naturaleza’ poseemos las orgullosa cantidad de 46 cromosomas. Tenemos incluso más que algunos de los animales más grandes, como las ballenas y los cachalotes (44).

Si nos apegamos a nuestra premisa, el humano, al tener mayor cantidad de cromosomas que muchos organismos, significaría que es, por definición, más complejo que ellos, justificando de esta forma su autoproclamado título de ser máximo de la creación. Salvo por un pequeño detalle… hay organismos aparentemente más simples, y con un número mucho mayor de cromosomas que él.

Un alga marina cualquiera, como las que se forman en los lugares muy húmedos, puede tener hasta 100 cromosomas más que nosotros. El cangrejo rey tiene 208; casi 4 y media veces los que nosotros tenemos. Las colas de caballo, plantas bastantes modestas, tienen 219, mientras que los helechos, plantas más primitivas que cualquier pasto o planta con flor, pueden tener más de mil (el Ophioglussum recitulatum cuenta con 1260 cromosomas). De pronto, empieza a tambalearse nuestra confianza en nuestra superioridad. El protozoo Aulacantha, organismo apenas más complejo que una bacteria en comparación con cualquiera de los organismos arriba enumerados, presenta 800 pares de cromosomas (33.3 veces más que el ser humano). Incluso una ameba, a pesar de tener solo de 6 a 13 cromosomas, cuenta con un mapa genético entero conformado por 600,000 millones de pares de bases de ADN, mientras que el nuestro cuenta solo con 3.000 millones (es decir, 200 veces menos).

Así, nos damos cuenta de que la naturaleza necesita mucha más información para crear un alga, un helecho o una ameba que para hacer un ser humano. Así que, si eres un amante de la humanidad en busca de las glorias perdidas de tu especie como el máximo soberano y único dueño de la Tierra, no esperes mucho apoyo de parte de la genética.

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La Real Academia de Ciencias de Suecia ha decidido otorgar el premio Nobel en Química 2013 a Martin Karplus, Michael Levitt y Arieh Warshel «por el desarrollo de modelos multiescala para sistemas químicos complejos»

 

«The Nobel Prize in Chemistry 2013 – Press Release». Nobelprize.org. Nobel Media AB 2013. Web. 9 Oct 2013. <http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/chemistry/laureates/2013/press.html&gt;

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La Real Academia de Ciencias de Suecia ha decidido otorgar el premio Nobel en física 2013 a François Englert y a Peter W. Higgs «por el descubrimiento teórico del mecanismo que contribuye a nuestro entendimiento del origen de la masa de las partículas subatómicas, y el cual ha sido recientemente confirmado por el descubrimiento de la partícula fundamental predecida, por los experimentos ATLAS y CMS llevados a cabo en el colisionador de hadrones del CERN»

«The 2013 Nobel Prize in Physics – Press Release». Nobelprize.org. Nobel Media AB 2013. Web. 8 Oct 2013. <http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/physics/laureates/2013/press.html&gt;

 

Premio Nobel en Física 2013

¿Mutaciones por azar o inducidas? Un acercamiento a los mecanismos de mutación inducidos por estrés.

Usualmente se piensa que las mutaciones un fenómeno constante que se produce por azar en los genes de los individuos de una población. Sin embargo, estudios hechos desde los 70’s han demostrado que existen mecanismos que inducen la mutación de genes en situaciones de estrés en organismos como bacterias, levaduras e incluso en células humanas.

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10 datos que probablemente no sabías sobre Jurassic Park

jurassic-park-t-rex-raptorsEl 11 de junio de 1993 se estrenó en los cines de todo el mundo la cinta Jurassic Park, la adaptación del libro de Michael Crichton acerca de un parque de diversiones construido en una isla en los mares del caribe, la cual estaba habitada por reptiles mesozoicos traídos a la vida por experimentos de clonación. Como parte de las celebraciones de su 20 aniversario, se estrenó hace algunos meses en Estados Unidos (y hace unos pocos días en México) la versión adaptada a 3D de esta película.

Esto nos presenta el momento perfecto para repasar algunos datos curiosos acerca de la mítica isla Nublar de Steven Spielberg y sus famosos habitantes.

  • Muchos de los dinosaurios presentados en la película son de tamaño distinto a como habrían sido en la realidad. El dilofosaurio era más alto que cualquier humano, mientras que los velociraptores eran más pequeños que un perro labrador doméstico.
  • La idea de que el dilofosaurio fuese un dinosaurio que arrojaba veneno para cegar a sus presas fue una hipótesis real que estuvo en la mente de muchos paleontólogos. A diferencia de bestias como el tiranosaurio, los fósiles que se han hallado de este dinosaurio sugieren que sus quijada era demasiado débil como para pudiera usarla para cazar otros animales, por lo que se teorizó que debía tener otras formas de procurarse alimento. Además de la hipótesis del veneno, se sugirió que podía ser carroñero.
  • Los comentarios que hacen Alan Grant y Ellie Sattler al ver a los braquiosaurios a cerca de que ‘son de sangre caliente’ y de que ‘no viven en pantanos’ son otro ejemplo de antiguas teorías paleontológicas. Se sugirió que los dinosaurios debían ser seres de sangre fría (que no pueden regular su temperatura corporal por ellos mismos, dependiendo de la luz del sol para ello) y metabolismo lento como todos los reptiles. Por tanto, era poco probable que un animal como el braquiosaurio obtuviera la energía necesaria para mover su gigantesco cuerpo, así lo que lo más probable era que habitara en lo profundo de ríos y lagos para amortiguar su enorme peso, dejando solo la cabeza afuera para respirar. El largo cuello y las fosas nasales ubicadas en lo más alto de la cabeza parecían apoyar esta hipótesis. Ahora se considera que los dinosaurios podían mantener su temperatura corporal por encima de la del ambiente como las aves y mamíferos actuales.
  • El método usado en la película para revivir a los dinosaurios es muy poco viable. En la cinta, se extraía el ADN de mosquitos preservados en ambar. Esto sería difícil de logar, dado que los mosquitos deberían tener al menos 65 millones de años preservados, mientras que la molécula del ADN solo tiene una vida media de poco más de medio siglo antes de comenzar a degradarse.
  • Según la película, el ADN necesario para clonar a los dinosaurios se obtenía de una mina de ambar en República Dominicana. Ironicamente, ninguno de los dinosaurios presentados en la película vivió cerca de lo que en un futuro sería ese país.
  • La preservación de organismos en ambar es una de las formas de fosilización menos comunes de encontrar.
  • Un tiranosaurio joven, los compsognathus y un grupo de pterosaurios (reptiles voladores) son algunos de los dinosaurios del libro que no aparecen en la película. De hecho, el libro relata una escena en un río muy similar a la del ataque de los pteranodones vista en la tercera película.
  • La película presenta la teoría de Alan Grant acerca de la estrecha relación evolutiva entre las aves y los terópodos como el velociraptor cómo nueva, polémica y revolucionaria hasta para sus colegas. En realidad, para entonces esta idea tenía ya más de 100 años de antigüedad y era generalmente aceptada por la comunidad científica desde por lo menos 20 años atrás.
  • Con base en esta idea, los creativos tuvieron la intención hacer que los velociraptores sacaran la lengua como hacen las serpientes actuales para ‘probar’ el aire, pero se dieron cuenta que eso contravenía la idea que querían mostrar acerca de la similitud entre aves y dinosaurios. En películas posteriores incluso se rediseñó a los raptores, cambiando la pupila en forma de ranura vertical como de serpiente por una redonoda (más parecida a la de las aves) y se les agregaron espinas largas y delgadas similares a plumas en la parte posterior de la cabeza y el cuello.
  • En el guión original, los protagonistas escapaban del centro de visitantes al final de la película gracias a que John Hammond aparecía y disparaba a los cables que suspendían el esqueleto del tiranosaurio, haciendo que este cayera y aplastara a los velociraptores. En la versión final se decidió sustituirlo por un tiranosaurio real atacando a los raptores. Lo curioso es que, a pesar de que el tiranosaurio es tan pesado que hace estremecer el suelo con sus pisadas, nadie nota el momento en que entra al edificio.

¿Ciencia malévola? (o por qué debemos jubilar a los científicos locos)

 

‘La liberación del poder del átomo ha cambiado todo, excepto nuestra manera de pensar… La solución a este problema yace en el corazón de la humanidad. Si tan solo lo hubiera sabido, me habría convertido en relojero’ -Albert Einstein

Hace algún tiempo, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)  llevaron a cabo la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México, con el objetivo fue ‘recopilar información relevante para la generación de indicadores que midan el conocimiento, entendimiento y actitud de las personas, relativos a las actividades científicas y tecnológicas’. De acuerdo con esta encuesta, un porcentaje importante de la población no solo confía más en remedios tradicionales, metafísicos y espirituales que en la ciencia, sino que percibe a los científicos como personas frías, sin emociones y ‘peligrosas’ debido a sus conocimientos, y al desarrollo científico como el origen una manera de vivir artificial y deshumanizada.

Esta percepción no es nueva. De hecho, no nos extraña en absoluto. En la cultura popular occidental es fácil encontrar referencias a los ‘científicos locos’: hombres y mujeres de ciencia obsesionados con sus investigaciones y que son capaces incluso de cometer crímenes con tal de completarlas o de concluir con éxito algún experimento. En la ficción, los villanos suelen ser algún ‘doctor algo’, el cual trabaja en algún proyecto que puede poner en peligro desde a unos pocos individuos hasta universos enteros.

En la vida real, no es raro escuchar casos sobre negligencia médica que acarrean la muerte o algún mal de porvida a algún paciente. Activistas y grupos de protección de los derechos de los animales constantemente se manifiestan en contra del uso de organismos vivos en experimentaciones. Sabemos que más de la mitad de los científicos del mundo trabaja actualmente en proyectos militares, y ha sido gracias a la ciencia que se han podido crear las armas más devastadoras de la historia. Todo esto ayuda a reforzar la idea que se tiene acerca de las personas que se dedican a la ciencia y de la ciencia en general.

Todo esto puede llegar a poner a pensar hasta a los propios científicos. ¿Es realmente la ciencia culpable de todas estas cosas? ¿Representa la ciencia más perjuicios que beneficios para la humanidad?. De acuerdo con la opinión pública, podría parecer así.

Pero esto no puede ser del todo cierto, ¿o si?. La ciencia es, al fin y al cabo, solo una disciplina más de la humanidad. Es la herramienta que nos ayuda a entender la forma en que funciona el universo en el que vivimos y, en gran medida, a entendernos a nosotros mismos. Y como cualquier disciplina y cualquier herramienta, no es inherentemente buena ni mala: todo depende del uso que se le de. La ciencia surge con la observación y la experimentación; con la necesidad del ser humano de conocer el mundo que lo rodea. La ciencia nació (y, a la fecha, sigue funcionando) bajo preceptos muy sencillos: sustituir una teoría falsa por una verdadera, la cual a su vez pueda ser comprobada por cualquiera de forma fácil y, de resultar igualmente falsa, sea a su vez sustituida por otra  lo más cercana a la verdad. El conocimiento así adquirido puede y debe ser transmitido libremente, de forma que sea conocido por todos. Así, mientras más personas conozcan y comprueben una teoría, es más probable que esta se acerque a la verdad; por otro lado, si más personas ponen a prueba una teoría, es más probable que alguna de ellas encuentre algún error o excepción a esa teoría, gracias a lo cual el conocimiento científico crece constantemente.

La ciencia como tal ha sido encaminada desde sus inicios a ayudar a la humanidad a conocer (o acercarse a conocer) la verdad sobre casi todo, y que pueda usar ese conocimiento para su beneficio. Como ya dijimos, la ciencia es la herramienta que usamos para obtener conocimiento; el cómo usemos ese conocimiento depende de quien utilice la herramienta, y no de la herramienta en si. El que haya personas que promuevan la obtención del conocimiento científico y lo usen con fines egoístas o altruistas depende completamente de la moral de esas personas y no de la ciencia. Podríamos pensar en la ciencia como un martillo. El martillo es una herramienta poderosa que, en manos hábiles y bien intencionadas, puede ser muy útil a la hora de construir. De igual manera, en manos equivocadas, puede ser un arma sumamente peligrosa. Construir o destruir, depende completamente de quien lo use, no del martillo.

En la historia hay muchos ejemplos de cómo las personas han tomado años de trabajo científico bien intencionado y lo han utilizado para propósitos personales, los cuales muchas veces resultan perjudiciales para otros. Es bastante conocido el caso de Einstein. Antes de su llegada, los científicos del mundo estaban bastante seguros que habían descubierto practicamente todos los secretos de la física. Así, cuando Einstein presentó lo que sería el descubrimiento científico más importante del siglo XX, no sabía que, a la larga, esto desencadenaría una serie de hechos que culminarían con atrocidades como la bomba nuclear o los desastres ecológicos producto de accidentes nucleares.

Menos escandaloso y conocido son las consecuencias que acarrearía otra teoría igualmente relevante, aunque un siglo más vieja: la teoría evolutiva. De ser ridiculizada, la teoría de Darwin pasó a ser, después de un tiempo, generalmente aceptada por casi todo el mundo. Las distintas variedades de organismos surgían de forma azarosa, y los individuos mejor preparados para afrontar las condiciones de su ambiente particular eran seleccionados naturalmente y tenían por esto mayores probabilidades de sobrevivir y dejar descendencia. Esta simple idea vino a reforzar complejos e ideologías supremacistas y racistas que han existido desde siempre; la diferencia es que, según las personas que los profesan, ahora estaban ‘científicamente comprobados’. El caso más famoso es el de Adolf Hittler. Él usó citas extraídas de ‘el origen de las especies’ en su propaganda antisemita para dar ‘credibilidad científica’ a sus declaraciones, e incluso se llegaron a distribuir masivamente páginas enteras del libro (seleccionadas cuidadosamente). A pesar de que Darwin (al igual que Einstein) fue un humanista que creía en la igualdad entre todos los seres humanos, actualmente se sigue usando su nombre para justificar toda clase de atropellos y acciones reprobables. Escuelas elitistas de todo el mundo usan sus ‘teorías’ (generalmente manipuladas, mal comprendidas y/o citadas) para inculcar en los alumnos la idea de que se encuentran en una posición superior a la de una persona normal, y que por esta razón tienen el derecho a decidir sus destinos. Con el pretexto de promover la ‘ley de la supervivencia del más fuerte’ (frase que Darwin no inventó y jamás dijo), miles de personas han llevado a cabo toda clase de despojos y crímenes de odio contra personas de posición socioeconómica y origen étnico distinto al suyo y a las que consideran ‘inferiores’. Cuando estas ideas se presentan en personas con cierto nivel de poder (empresarios adinerados o alguien en algún puesto de gobierno), puede resultar en verdaderos genocidios.

Nada de esto significa que la teoría evolutiva este mal, o que Darwin sea responsable de todos esos crímenes. La teoría de la selección natural abrió al mundo todo un mundo nuevo de preguntas por responder, miles de lineas de investigación y un sin fin de beneficios para la humanidad en toda clase de áreas. La medicina genómica, las ciencias biomédicas, la toxicología, la virología, la ecología, la microbiología, la inmunología, la propia biología y un sin número más de ramas que representan actualmente muchos beneficios al hombre deben la forma en la que las conocemos hoy en día (y muchas de ellas su origen) no en menor medida a lo iniciado por Darwin.

Aunque actualmente en el mundo hay mucho dolor, sufrimiento, destrucción e injusticias por el resultado directo de ciencias como la balística, la bacteriología, la genética, la medicina experimental, la zoología, la química, la farmaceutica, etc., no son estás ciencias las responsables de estos, sino las personas que irresponsablemente decidieron contravenir el principio básico de usarlas para mejorar al mundo y en su lugar las aprovechan con propósitos egoístas. Debemos recordar que así como todas estas ciencias han causado penas en el mundo durante años, también gracias a ellas el hombre ha pisado la luna, encontrado miles de curas para toda clase de enfermedades y ha mejorado la calidad de vida tanto de las personas como de muchos de los organismos con los que compartimos nuestra vida diaria. Creo que lo que nos hace falta es un cambio en nuestra mentalidad, como sociedad y como especie. Procurar el bien común por encima de intereses mezquinos y enfocar todos los esfuerzos en mejorar lo que hemos logrado y hacer nuevos descubrimientos. Dejar de usar nuestros martillos para destruirnos unos a otros y mejor unirlos todos para construir algo mejor.