¿Ciencia malévola? (o por qué debemos jubilar a los científicos locos)

 

‘La liberación del poder del átomo ha cambiado todo, excepto nuestra manera de pensar… La solución a este problema yace en el corazón de la humanidad. Si tan solo lo hubiera sabido, me habría convertido en relojero’ -Albert Einstein

Hace algún tiempo, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)  llevaron a cabo la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México, con el objetivo fue ‘recopilar información relevante para la generación de indicadores que midan el conocimiento, entendimiento y actitud de las personas, relativos a las actividades científicas y tecnológicas’. De acuerdo con esta encuesta, un porcentaje importante de la población no solo confía más en remedios tradicionales, metafísicos y espirituales que en la ciencia, sino que percibe a los científicos como personas frías, sin emociones y ‘peligrosas’ debido a sus conocimientos, y al desarrollo científico como el origen una manera de vivir artificial y deshumanizada.

Esta percepción no es nueva. De hecho, no nos extraña en absoluto. En la cultura popular occidental es fácil encontrar referencias a los ‘científicos locos’: hombres y mujeres de ciencia obsesionados con sus investigaciones y que son capaces incluso de cometer crímenes con tal de completarlas o de concluir con éxito algún experimento. En la ficción, los villanos suelen ser algún ‘doctor algo’, el cual trabaja en algún proyecto que puede poner en peligro desde a unos pocos individuos hasta universos enteros.

En la vida real, no es raro escuchar casos sobre negligencia médica que acarrean la muerte o algún mal de porvida a algún paciente. Activistas y grupos de protección de los derechos de los animales constantemente se manifiestan en contra del uso de organismos vivos en experimentaciones. Sabemos que más de la mitad de los científicos del mundo trabaja actualmente en proyectos militares, y ha sido gracias a la ciencia que se han podido crear las armas más devastadoras de la historia. Todo esto ayuda a reforzar la idea que se tiene acerca de las personas que se dedican a la ciencia y de la ciencia en general.

Todo esto puede llegar a poner a pensar hasta a los propios científicos. ¿Es realmente la ciencia culpable de todas estas cosas? ¿Representa la ciencia más perjuicios que beneficios para la humanidad?. De acuerdo con la opinión pública, podría parecer así.

Pero esto no puede ser del todo cierto, ¿o si?. La ciencia es, al fin y al cabo, solo una disciplina más de la humanidad. Es la herramienta que nos ayuda a entender la forma en que funciona el universo en el que vivimos y, en gran medida, a entendernos a nosotros mismos. Y como cualquier disciplina y cualquier herramienta, no es inherentemente buena ni mala: todo depende del uso que se le de. La ciencia surge con la observación y la experimentación; con la necesidad del ser humano de conocer el mundo que lo rodea. La ciencia nació (y, a la fecha, sigue funcionando) bajo preceptos muy sencillos: sustituir una teoría falsa por una verdadera, la cual a su vez pueda ser comprobada por cualquiera de forma fácil y, de resultar igualmente falsa, sea a su vez sustituida por otra  lo más cercana a la verdad. El conocimiento así adquirido puede y debe ser transmitido libremente, de forma que sea conocido por todos. Así, mientras más personas conozcan y comprueben una teoría, es más probable que esta se acerque a la verdad; por otro lado, si más personas ponen a prueba una teoría, es más probable que alguna de ellas encuentre algún error o excepción a esa teoría, gracias a lo cual el conocimiento científico crece constantemente.

La ciencia como tal ha sido encaminada desde sus inicios a ayudar a la humanidad a conocer (o acercarse a conocer) la verdad sobre casi todo, y que pueda usar ese conocimiento para su beneficio. Como ya dijimos, la ciencia es la herramienta que usamos para obtener conocimiento; el cómo usemos ese conocimiento depende de quien utilice la herramienta, y no de la herramienta en si. El que haya personas que promuevan la obtención del conocimiento científico y lo usen con fines egoístas o altruistas depende completamente de la moral de esas personas y no de la ciencia. Podríamos pensar en la ciencia como un martillo. El martillo es una herramienta poderosa que, en manos hábiles y bien intencionadas, puede ser muy útil a la hora de construir. De igual manera, en manos equivocadas, puede ser un arma sumamente peligrosa. Construir o destruir, depende completamente de quien lo use, no del martillo.

En la historia hay muchos ejemplos de cómo las personas han tomado años de trabajo científico bien intencionado y lo han utilizado para propósitos personales, los cuales muchas veces resultan perjudiciales para otros. Es bastante conocido el caso de Einstein. Antes de su llegada, los científicos del mundo estaban bastante seguros que habían descubierto practicamente todos los secretos de la física. Así, cuando Einstein presentó lo que sería el descubrimiento científico más importante del siglo XX, no sabía que, a la larga, esto desencadenaría una serie de hechos que culminarían con atrocidades como la bomba nuclear o los desastres ecológicos producto de accidentes nucleares.

Menos escandaloso y conocido son las consecuencias que acarrearía otra teoría igualmente relevante, aunque un siglo más vieja: la teoría evolutiva. De ser ridiculizada, la teoría de Darwin pasó a ser, después de un tiempo, generalmente aceptada por casi todo el mundo. Las distintas variedades de organismos surgían de forma azarosa, y los individuos mejor preparados para afrontar las condiciones de su ambiente particular eran seleccionados naturalmente y tenían por esto mayores probabilidades de sobrevivir y dejar descendencia. Esta simple idea vino a reforzar complejos e ideologías supremacistas y racistas que han existido desde siempre; la diferencia es que, según las personas que los profesan, ahora estaban ‘científicamente comprobados’. El caso más famoso es el de Adolf Hittler. Él usó citas extraídas de ‘el origen de las especies’ en su propaganda antisemita para dar ‘credibilidad científica’ a sus declaraciones, e incluso se llegaron a distribuir masivamente páginas enteras del libro (seleccionadas cuidadosamente). A pesar de que Darwin (al igual que Einstein) fue un humanista que creía en la igualdad entre todos los seres humanos, actualmente se sigue usando su nombre para justificar toda clase de atropellos y acciones reprobables. Escuelas elitistas de todo el mundo usan sus ‘teorías’ (generalmente manipuladas, mal comprendidas y/o citadas) para inculcar en los alumnos la idea de que se encuentran en una posición superior a la de una persona normal, y que por esta razón tienen el derecho a decidir sus destinos. Con el pretexto de promover la ‘ley de la supervivencia del más fuerte’ (frase que Darwin no inventó y jamás dijo), miles de personas han llevado a cabo toda clase de despojos y crímenes de odio contra personas de posición socioeconómica y origen étnico distinto al suyo y a las que consideran ‘inferiores’. Cuando estas ideas se presentan en personas con cierto nivel de poder (empresarios adinerados o alguien en algún puesto de gobierno), puede resultar en verdaderos genocidios.

Nada de esto significa que la teoría evolutiva este mal, o que Darwin sea responsable de todos esos crímenes. La teoría de la selección natural abrió al mundo todo un mundo nuevo de preguntas por responder, miles de lineas de investigación y un sin fin de beneficios para la humanidad en toda clase de áreas. La medicina genómica, las ciencias biomédicas, la toxicología, la virología, la ecología, la microbiología, la inmunología, la propia biología y un sin número más de ramas que representan actualmente muchos beneficios al hombre deben la forma en la que las conocemos hoy en día (y muchas de ellas su origen) no en menor medida a lo iniciado por Darwin.

Aunque actualmente en el mundo hay mucho dolor, sufrimiento, destrucción e injusticias por el resultado directo de ciencias como la balística, la bacteriología, la genética, la medicina experimental, la zoología, la química, la farmaceutica, etc., no son estás ciencias las responsables de estos, sino las personas que irresponsablemente decidieron contravenir el principio básico de usarlas para mejorar al mundo y en su lugar las aprovechan con propósitos egoístas. Debemos recordar que así como todas estas ciencias han causado penas en el mundo durante años, también gracias a ellas el hombre ha pisado la luna, encontrado miles de curas para toda clase de enfermedades y ha mejorado la calidad de vida tanto de las personas como de muchos de los organismos con los que compartimos nuestra vida diaria. Creo que lo que nos hace falta es un cambio en nuestra mentalidad, como sociedad y como especie. Procurar el bien común por encima de intereses mezquinos y enfocar todos los esfuerzos en mejorar lo que hemos logrado y hacer nuevos descubrimientos. Dejar de usar nuestros martillos para destruirnos unos a otros y mejor unirlos todos para construir algo mejor.

The Symphony of Science

¿Se imaginan a Carl Sagan cantando sobre el Cosmos, mientras Richard Feynman lo acompaña en los bongos? ¡Pues hoy vamos a ver eso! Cuando lo escuche por primera vez, me gustó tanto que fue lo único que escuche por varias semanas.

¡Súbanle al volumen!

Symphony of Science es un proyecto musical de John D Boswell donde mezcla ciencia con música electrónica, simplemente remasterizando y sintetizando pedazos de documentales y programas de televisión.  Debo admitir que este no es el tipo de música escucho, pero es tan genial escuchar cantando a tus héroes que no te puede no gustar.

Hasta el momento son 12 los videos que ha hecho, cada uno con su propia temática. Por mencionar algunos, hay canciones dedicadas al cerebro, la evolución cultural del ser humano, la razón y escepticismo, la colonización de marte y mecánica cuántica.

Verdaderos himnos de ciencia sin duda.

Aquí les dejo la página oficial del proyecto, donde podrán escuchar todos los 12 temas, ver los videos y ¡descargarlos gratis!

http://symphonyofscience.com/

Los dejo con mi favorito “The Quantum World”

De Bosques y Guerras Mundiales

En el otoño de 1941, al comienzo de la Gran Guerra Patria que sostuvo el pueblo soviético contra los nazis alemanes, éstos emprendieron la ofensiva contra Moscú, capital de la Unión Soviética. Los habitantes y el ejército de este pais dedicaron todos sus esfuerzos para frenarles el avance: cavaban fosas, hacían volar puentes. Y en lugar del camino que atravesaba el bosque, los soldados, ayudados por los lugareños, derribaban muchos árboles. Con un sordo gemido, enormes abetos caían uno tras otro sobre el camino, haciéndolo intransitable. Los tanques no lograron salvar el obstáculo.

Ya rechazado el enemigo, el resto de ese bosque fue talado para construir viviendas en las aldeas cercanas que quedaron reducidas a cenizas. Así, ese viejo bosque de abetos, donde antes de la guerra la gente recogía setas, dejó de existir.

Sin embargo, transcurridos algunos años, en aquel mismo lugar, empezó a nacer otro bosque. Pero ¿por qué crecían ahora abedules y no abetos? Nadie los había sembrado.

La cosa se explicó de modo muy sencillo: los abedules de un bosque cercano «enviaron» sus semillas a aquel lugar desolado.

Abeto

Los abetos son parte de la familia de las pináceas, son los clásicos «árboles de navidad». Su altura varía de 10 a 80 m. y tiene hojas en forma de aguja.

¿cómo lograron hacerlo? ¿quién les ayudó?

Les ayudó el viento. Y fue posible gracias a que el fruto del abedul tiene dos diminutas alas, como una pequeña mariposa.

Los abedules son árboles caducifóleos que miden entre 10 y 30 metros. Señalado con el número 7 se observa el fruto «alado» del abedul, las alas son más anchas que la nuez, lo que facilita su transporte por distancias largas.

Los frutos «alados» del abedul realizan vuelos magníficos. El viento los arranca de su planta madre y los lleva muy lejos, a veces, a la distancia de un kilómetro. Allí caen, germinan y se convierten en su debido tiempo en pequeños abedules.

Los frutos del abedul efectúan semejantes vuelos cada primavera. Antes de la guerra, también volaban por millares hacia aquel bosque de abetos. Pero no tenían suerte. Apenas brotaban, perecían a causa de la densa sombra. A los abedules les gusta mucho el sol, la abundante luz, pero en el bosque de abetos siempre reinaba la penumbra. Por eso, todos los brotes de abedul perecían. En cambio al ser talados los abetos, apareció muy pronto el esplendor de los abedules.

OSIPOV, NIKOLAI. Viajes sin pasaje. Moscú; Editorial Raduga. 1985,

Nacemos científicos

Les dejo un pedazo de una entrevista que se le hizo a Michio Kaku, físico y divulgador de la ciencia.

No puedo estar más de acuerdo con Michio. Cuando somos pequeños todas las cosas nos impresionan y nos preguntamos por qué pasan. Nos ponemos a jugar y experimentar con todo lo que vemos. ¿Quién no disfrutó hacer botar una pelota? ¿Quién no disfrutaba ver cómo volaban sus aviones de papel? ¿O quién no se quedó hipnotizado viendo cómo giraba un trompo? ¿Ver cómo se iba el agua al destapar una bañera?

Y es que la ciencia básicamente es eso. Es un juego de descubrimiento.

No son sólo un montón de fórmulas difíciles en un pizarrón. Los científicos tampoco son el típico loco despeinado que vive aislado en su laboratorio. Y los matemáticos no son personas que saben hacer cuentas rápidamente.

Tenemos esa impresión porque así nos lo enseñaron en la escuela. En cambio, nunca nos enseñaron a explotar nuestra curiosidad, nunca nos enseñaron a cuestionar el porqué de las cosas, ni tampoco nos enseñaron como buscar las respuestas. Lo que si nos enseñaron fue aplicar fórmulas y calcular áreas, que probablemente  nunca usaríamos en nuestra vida cotidiana.

Por suerte no todos los profesores son así. Yo tuve la suerte de tener un gran profesor de matemáticas en la secundaria, el profesor Moisés. Recuerdo que fue el primer profesor que nos ponía a resolver problemas matemáticos de verdad, donde para resolverlos necesitabas más ingenio que el conocimiento de muchas fórmulas sin sentido. Recuerdo que había clases que nos ponía juegos para pensar, como los sudokus (en esa época se empezaban a poner de moda). También fue él quien me insistió en participar en concursos de matemáticas, que definitivamente cambiaron mi vida. Probablemente es el profesor al que más le debo. Y probablemente gracias a él me volví a enamorar de la ciencia y hoy estoy estudiando física en la facultad de ciencias. n_n

Y ustedes ¿qué piensan?

¿Todavía conservan esa curiosidad que tenían de niños?

¿Hay algún profesor que les haya impregnado ese amor por las matemáticas o la ciencia?

O al contrario, ¿Tienen algún profesor que les haya aplastado ese amor por el descubrimiento?

¿Cómo creen que se deberían enseñar las matemáticas y la ciencia a los niños?